¿Qué somos para el mundo?

¿Qué somos para el mundo?

Actualmente, los estereotipos más populares más allá de nuestras fronteras nos asocian con personas alegres, a los que les gusta el tequila, el mariachi, los charros y la lucha libre. Estos rasgos culturales, aunque seguramente representan a una parte de la población del país, son predominantemente originarios del Bajío. Hablar de identidad es mucho más que eso, empezando por el hecho que la identidad puede explicarse como resultado del arraigo, entendido como el sentimiento de pertenecer a un lugar, preservado por generaciones que han dado alimento, rostro y sentido a un pueblo. Perder el arraigo, es decir, el sentido de ser, ¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos?, condena a la pérdida de identidad, principios, historia, y conduce irremediablemente al fracaso como sociedad, como seres humanos…

Las lenguas representan el rasgo más importante a través del cual los grupos humanos adquieren su identidad debido a que cada lengua, representa la forma en que los pueblos perciben y conciben el entorno en que desarrollan. En México, se han descrito 287 lenguas diferentes, es decir, 287 formas de percibir y concebir el entorno en que se desarrollan los distintos grupos humanos en un vasto territorio de dos millones de kilómetros cuadrados, que por su diversidad biológica y cultural, es considerada como la segunda diversidad biocultural más grande del planeta.

El problema de la raza

Tras la independencia, en México se creo un discurso acerca de la identidad de todos los mexicanos en el cual se afirmó que la población fue producto de la unión entre un padre español y una madre indígena. De aquí surgió la idea de que todos somos mestizos, con lo mejor de ambas partes tanto racial como culturalmente. La realidad de este discurso es que resulta excesivamente simplista; además de invisibilizar la existencia de cualquier identidad que sea distinta a la mestiza. Para principios del siglo XX, fue tal la importancia para gobierno mexicano por extender esta identidad que a través de las campañas de alfabetización y educación masivas se buscó hispanizar a los grupos indígenas e incorporarlos “a la modernidad”. Esto es, que dejaran sus lenguas, vestimentas, formas de producción y coexistencia para volcarse hacia las ciudades (en todas sus facetas). Por otra parte, no se reconoció en absoluto la existencia de lo que ahora se conoce como “la tercera raíz”, es decir, la aportación de los grupos étnicos africanos que llegaron esclavizados durante la Colonia y que se extendieron por toda la Nueva España. Diversos factores contribuyeron a la invisibilización de esta población: en principio se trató de un sector de la población altamente marginado debido a su situación de esclavización. Posteriormente, durante la guerra de independencia, ambos bandos les ofrecieron su libertad a cambio de su participación en el campo de batalla, por lo que la población quedó diezmada al finalizar el conflicto. Por último, hacia finales del siglo XIX y principios del XX, fueron gradualmente absorbidos por el mestizaje con el resto de la población, resultando en que su presencia como grupo se viera diluida. Aquellos grupos que permanecieron menos modificados fueron los de difícil acceso y que mantienen algunas características hasta el presente; en la Costa Chica de Oaxaca,  y en algunas regiones de Guerrero y Veracruz. No obstante, su influencia en lo que ahora reconocemos como cultura mexicana (con todas sus variantes y matices) es innegable: tan sólo en Veracruz es imposible pensar en un estado sin son jarocho, el sonido de una marimba, platillos como mondongo o gandinga e incluso la persistencia de mitos como el de la mulata de Córdoba. Todos estos aspectos tienen su raíz en África, y es importante comenzar a reconocer estos orígenes, para poder celebrarlos con plena consciencia de dónde vienen y quiénes los trajeron.

Japoneses en México

Inmigración a México

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